Entre la Urgencia y las Formas: Una Reflexión sobre la Nueva Argentina

Recientemente, un editorial de Jorge Fernández Díaz en La Nación rescataba las ideas del sociólogo Hernán Vanoli, quien propone un mapa político disruptivo para la Argentina. Según Vanoli, las categorías vernáculas están desapareciendo para dar paso a una nueva división: los "intervencionistas" frente a los "transaccionales". En este escenario, los partidos tradicionales parecen difuminarse, dejando de representar a un electorado que busca nuevas identidades.

Es una mutación similar a la que veríamos si en el fútbol el fanatismo por los colores fuera desplazado por una división puramente doctrinaria: hinchas que abandonan a sus clubes, hartos de dirigencias viciadas, para alinearse simplemente detrás del "bilardismo" o el "menottismo". Este desconcierto, fruto de ambiciones desmedidas y errores acumulados, ha abierto la brecha por la que avanzaron personajes que, desde la nada, conquistaron sus respectivos campos: me refiero a Javier Milei en la política y a Lionel Scaloni en el fútbol.

El fenómeno de los outsiders

Este avance de los outsiders ha sido posible, en gran medida, por el descrédito de las instituciones. Mientras figuras con altos niveles de rechazo —como Cristina Kirchner en el PJ nacional o su primogénito en la provincia— intentan retener cuotas de poder, y dirigentes deportivos como Juan Román Riquelme en Boca o "Chiqui" Tapia en la AFA profundizan el escepticismo social, el fenómeno Milei se fortalece. El Presidente parece sobreponerse a sus propias formas, a las dificultades económicas de la clase media y a sus desaciertos políticos, conservando una intención de voto que lo mantiene competitivo de cara a 2027.

Sin embargo, tras publicar estas reflexiones iniciales bajo el título “Menotistas vs. Bilardistas”, recibí críticas valiosas de personas a quienes aprecio especialmente. Esos comentarios me obligaron a pausar el impulso de la escritura —a veces apresurada por el temor a que la idea se diluya en mi poco confiable memoria— para profundizar en dos conceptos fundamentales: la moralidad de los medios y el carácter de nuestra oportunidad histórica.

La trampa de los fines y los medios

En mi análisis original, sugerí que las formas debían subordinarse al objetivo final. Fue una omisión involuntaria de un principio ético esencial. Al contemplar la "incontinencia verbal" del Presidente y sus ataques a la disidencia, caí en el riesgo de justificar los medios en función de los fines.

La filosofía de Immanuel Kant nos recuerda que la moralidad del medio es primordial. Desde esta óptica, la forma no es un mero accesorio, sino un fin en sí mismo. Aunque el fin sea tan noble como la prosperidad de un pueblo, el camino para llegar a él no puede ser amoral. Si un gobierno apela sistemáticamente a las "malas formas", no solo compromete su objetivo, sino que deja un precedente peligroso: habilita a que futuros gobernantes utilicen esos mismos métodos para fines espurios o, incluso, tiránicos. La congruencia entre el qué y el cómo es lo que sostiene la salud de una República.

¿Una oportunidad única?

La segunda reflexión gira en torno a la idea de una "oportunidad única". No quisiera ser malinterpretado: no creo que estemos ante una "última oportunidad", pues la historia demuestra que los pueblos siempre encuentran un camino de regreso. Alemania y Japón resurgieron de sus cenizas tras ser conducidos al desastre por sus dirigencias. Siempre hay una segunda oportunidad.

No obstante, la oportunidad actual es excepcional por el contexto de su génesis. El electorado argentino parece haber dictaminado que ninguna de las corrientes históricas posee ya los antecedentes morales para ofrecer soluciones. Los errores y horrores de las gestiones pasadas han pavimentado el camino hacia una idea de cambio radical.

Tenemos la obligación, tanto el gobierno como la ciudadanía, de aprovechar este momento a pesar de los esfuerzos que conlleve y de los obstáculos en el camino. Pero no debemos "rasgarnos las vestiduras" por las formas en el sentido de ignorarlas, sino más bien entender que la libertad verdadera solo es posible si se construye sobre el respeto a las instituciones y a la dignidad del proceso. El objetivo final sigue siendo el mismo: una Argentina digna de ser vivida, pero el camino para alcanzarla debe ser tan íntegro como la meta misma.

 Por José María Condomí Alcorta

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